Хитроумный идальго Дон Кихот Ламанчский / Don Quijote de la Mancha - страница 7



. Tanto le dijo y tanto le prometió, que el hombre decidió irse con él y servirle de escudero. Don Quijote le decía que podía ganar alguna ínsula[40] y dejarlo a él como gobernador. Con estas promesas, Sancho Panza, que así se llamaba el labrador, dejó a su mujer e hijos y se convirtió en escudero de su vecino.

Don Quijote ordenó a Sancho que llevara algún dinero y, sobre todo, que no olvidara las alforjas[41]. Dijo Sancho que las llevaría y que pensaba llevar también un asno muy bueno que tenía, porque no estaba acostumbrado a andar a pie. Cuando todo estuvo preparado, sin despedirse Sancho de sus hijos y mujer, ni don Quijote de su ama y sobrina, una noche salieron del lugar sin que nadie los viera.

Iba Sancho Panza sobre su asno, con sus alforjas y su bota de vino[42], con mucho deseo de verse ya gobernador de la ínsula prometida. Así se lo dijo a su amo:

–Mire, señor caballero andante, que no se le olvide lo de la ínsula, que yo la sabré gobernar aunque sea muy grande.

A esto respondió don Quijote:

–Has de saber, amigo Sancho Panza, que fue costumbre de los caballeros andantes hacer gobernadores a sus escuderos de las ínsulas o reinos que iban ganando, y yo pienso seguir esta costumbre. Y bien podría ser que antes de seis días ganase yo un reino y fueses coronado rey de él.

–De esa manera ―respondió Sancho Panza―, si yo fuera rey por algún milagro de los que vuestra merced dice, Juana Gutiérrez, mi mujer, sería reina, y mis hijos, infantes.

–Pues ¿quién lo duda? ―contestó don Quijote.

–Yo lo dudo ―dijo Sancho―, porque no vale mi mujer para reina; condesa será mejor.

–Pídelo tú a Dios ―dijo don Quijote―, que él le dará lo que le venga mejor.

Capítulo VIII

La aventura de los molinos de viento

Iban caminando cuando descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y cuando don Quijote los vio, dijo a su escudero:

–La suerte va guiando nuestras cosas mejor de lo que pensábamos; porque mira allí, amigo Sancho Panza, donde se ven treinta, o pocos más, inmensos gigantes. Pienso pelear con ellos y quitarles a todos las vidas, y con el botín[43] que ganemos comenzaremos a enriquecernos.

–¿Qué gigantes? ―dijo Sancho Panza.

–Aquellos que allí ves ―respondió su amo― de los brazos largos, que miden algunos casi dos leguas[44].

–Mire, vuestra merced ―respondió Sancho―, que aquellos no son gigantes sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas[45], que se mueven por el viento.

–Bien parece ―respondió don Quijote― que no estás enterado en esto de las aventuras: ellos son gigantes; y si tienes miedo, quítate de ahí y reza mientras voy yo a entrar en fiera y desigual batalla.

Y diciendo esto, se lanzó con su caballo Rocinante diciendo:

–No huyáis, cobardes, que un solo caballero os ataca.

Entonces se levantó un poco de viento y las grandes aspas comenzaron a moverse. Al verlo dijo don Quijote:

–Aunque mováis todos los brazos del mundo me lo vais a pagar[46].

Luego, con la lanza en la mano, puso a todo galope a Rocinante y atacó el primer molino que estaba delante. Dio un gran golpe con la lanza en el aspa, pero el viento hizo girar el aspa con tanta fuerza que rompió la lanza, arrojando lejos al caballo y al caballero, que fue rodando malherido por el campo. Acudió Sancho a socorrerlo y vio que no se podía mover; tal fue el golpe que había recibido.