Abuzador - страница 11
Y entonces lo sentí por primera vez: ese “cuidado” no da calor. Asfixia. Es una transacción. Silenciosa. Aplastante. Si comes —eres buena. Si no —una carga.
Y yo quería ser buena. Quería que me quisieran. De cualquier forma.
El “cuidado” de mi abuela no abrazaba. Estrangulaba. Era como esa comida obligada, porque “es lo que hay”. Come, decía, y yo comía, tapándome la nariz, intentando no respirar —porque el olor de esa cebada grasienta me daba náuseas. Y luego —vomitaba. Esa misma avena. El estómago se rebelaba, como si él mismo quisiera librarse de la humillación. Y mi abuela, con los ojos en blanco, murmuraba: “Ingrata. Encima que comes de lo mío, haces ascos”.
Eso no era amor. Era un contrato. Si eres buena – se te permite respirar cerca.
Y ahora, mirando esta taza, entendí: estoy otra vez en aquella infancia. Solo que en vez de la abuela – Vlad. En vez de avena – té. Pero el mensaje es el mismo: sé conveniente. O cállate.
Y mientras el té se enfriaba, algo dentro de mí despertaba. Algo olvidado. Algo muy importante. Mi yo verdadero – el que él llevaba tanto tiempo intentando apagar.
Capítulo 8. El primer paso hacia fuera
Esa noche me quedé sola. Él se fue “a hacer unos trámites”. Normalmente avisa, dice que estará disponible, me manda fotos de dónde está. Hoy – silencio. Y eso fue raro.
Caminaba por el piso como si las paredes respiraran conmigo. Todo estaba en su sitio. Limpio. Seguro. Como a él le gusta.
Pero por dentro no estaba tranquila. No era miedo. Era deseo. Quería decírselo a alguien. No en voz alta. Solo… escribirlo. Una letra. Una palabra. Una señal. Cualquier cosa. Para fijar que todavía pienso. Que algo en mí se mueve. Que yo – no soy él.
Me acordé de la farmacéutica. Su mirada. Su calidez. El té. El silencio que no da miedo. Y, con pasos lentos, como si cruzara un campo minado, encontré su tarjeta. Tenía su número. Escrito a mano. Pequeñito. “Si necesitas algo, solo escribe. Sin explicaciones”.
Abrí el chat. Miré la pantalla como si pudiera morderme. Me temblaban los dedos. Borré, reescribí. Al final, solo envié:
«Buenas noches. Soy yo. Solo… ¿puedo pasar algún día por allí?»
Los segundos caían como gotas en una casa vacía. El corazón me latía a mil. Y de pronto – respuesta:
«Por supuesto. Siempre. Yo estaré. Sin preguntas.»
Apagué el móvil y me senté de nuevo en la cama. Me encogí. Como si hubiera pecado. Como si lo hubiera traicionado. Como si le hubiera sido infiel.
Pero dentro de mí – por primera vez – había algo parecido al calor. A algo propio.
Él volvió más tarde. Olía a tabaco y a colonia cara. Me besó en la mejilla, me miró atentamente:
– ¿Todo bien?
Sonreí. Demasiado rápido. Aparté la mirada, para que no leyera nada en mis ojos. Y de pronto lo supe – estoy empezando a aprender a esconder mis emociones, a proteger mi yo interior. Y eso significa que estoy empezando a aprender a ser yo misma.
La farmacia estaba casi vacía. Entré como si fuese a casa de un desconocido, con precaución y una punzada de traición dulce en el pecho. Ella estaba tras el mostrador, ordenando cajas.
Cuando alzó la vista, simplemente sonrió.
– Pasa. Tengo agua caliente. Podemos estar en silencio, si quieres. O hablar.
Me senté en una mesita en la esquina. Cerca había tazas, una tetera, una manta vieja colgada en el respaldo de la silla. Olía a hogar. A uno que nunca tuve.