DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS - страница 5




Durante casi un mes fui el huésped ilustre de aquella mujer única, cuyo nombre mencionar no quiero para no herir su sensibilidad, o mejor aún para no hurgar en la ancha herida que le dejé, pues sé que me amó profundamente. Escapé de allí como un cobarde cuando supe que Silvio vendría en breve a la ciudad. Ni siquiera se me ocurrió pensar en la variante de contarle toda la verdad, estoy seguro que me hubiera perdonado. Me justifiqué a mí mismo mi mala acción con los ocho o diez años de edad que me llevaba y me perdí de su mundo y de su ciudad sin dejarle ni una nota siquiera.


De pronto me vi en la calle, con menos dinero que al principio, pues entre tragos y cigarros había gastado casi la mitad y además con la misma incertidumbre del comienzo del viaje. Regresar a la casa era rendirme, la Habana por otra parte estaba ahora más lejos e inaccesible, aunque continuaba siendo una tentación, pues en pocas semanas comenzaría allí el Onceno Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, con todas las posibilidades infinitas que me podría brindar la multitud de jóvenes de distintas nacionalidades que nos visitarían para continuar con mis planes extravagantes.


En un carro-jaula para transportar reses hice el viaje hasta Camagüey, entre hedores y humedades que se impregnaron por varios días en mis pertenencias y de lo cual tuve conciencia cuando deambulando por el Casino Campestre y frente a la jaula de los leones una niñita le comentó a su madre, ¡qué peste se mandan estos leones!, y para ser honesto los pobres felinos eran totalmente inocentes de la acusación.


En la oscuridad del parque, celebrando a solas y entre rasgueos de cuerdas mi cumpleaños número veintiuno, mientras me daba buches de una botella de vino Viña 95, tuve la feliz idea de visitar a mi amigo Ricardo Alfaro, quien estudiaba en el Curso Preparatorio de Idioma Ruso en la Universidad de aquella ciudad. Compré otra botella para agasajarlo y ablandarlo, me deshice de parte de mi indumentaria silviesca y enrumbé por la Vía de Circunvalación hacia allá.


Con un par de tragos de vino y un cigarro que regalé al portero tuve acceso libre al recinto universitario: varias edificaciones blancas de tres o cuatro pisos de la típica arquitectura que brinda el sistema constructivo Gran Panel. A causa de la hora ya avanzada y para no llamar mucho la atención me tiré en la primera litera que encontré vacía en uno de los albergues, acogedor y silencioso, donde descansé de un tirón la fatiga de mis huesos.


En la mañana una algarabía de voces chillonas y risas nerviosas me despertó. De un salto me senté en la cama y me vi rodeado de rostros extraños, de tez oscura y dientes de blancura sin igual. Eran estudiantes de Madagascar y Bangladesh, envueltos sus tradicionales túnicas y vestuarios, otros aún con los piyamas puestos y los ojos legañosos. Me disculpé lo mejor que pude por la intromisión, y con ellos mismos conocí dónde se encontraba el albergue de la gente de Ruso.


Ricardo no se hallaba en el dormitorio, un amigo suyo me aconsejó esperarlo en el aula y al cabo de media hora lo vi aparecer. Realmente se alegró de verme y yo me alegré de que se alegrara, me dedicó todo el primer turno de clases. Ante mi insistencia para que entrara al aula y no le pusieran la ausencia me tranquilizó, comentándome que había ligado a la profesora, una tal Berta, tembona, pero hermosa y bien conservada y que precisamente anoche no se encontraba en el albergue porque se había quedado en su casa, como muchas veces pasaba. Esto venía a mis planes como anillo al dedo, pues de entrada tendría garantizada su litera en el albergue para pernoctar.