DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS - страница 27




El viejo no me quiso cobrar nada, pero sí aceptó un par de botellas de ron que le regalé.


Cuando vi a la cotorra de mis desvelos pensé que me estaban engañando. Era un bicharraco feo, sin plumas, apenas unos cañones que asomaban sobre el pellejo colorado, una cabeza grande con un pico descomunal, pero lo más sorprendente eran los ojos, negros, enormes y saltones. Tenía un apetito voraz y emitía unos chillidos ridículos y estridentes.


Transportar a aquel bicho hasta la Habana era realmente difícil y riesgoso debido al severo chequeo que en la Terminal Marítima y en el aeropuerto existía siempre y que para esta fecha de saca de las cotorras se reforzaba. Dos días me pasé cavilando cómo proceder hasta que se me alumbró el bombillo. Fui hasta una de las tiendas de la Calle 39 y compré un radio VEF –206, lo desarmé y en el espacio donde se colocan las baterías puse al pajarraco, cabía a la perfección, pero chillaba como una poseída. Alguien me recomendó empastillarla, así que le soné un par de Benadrilinas y medio Diazepán una hora antes del vuelo. Logré pasar el chequeo sin problemas, iba muy orondo con mi radio en la mano. Por desgracia había comenzado a llover y el vuelo se retrasaba. A la media hora Friki, como había decidido nombrarla, por lo de las pastillas, empezó a emitir ligeros chillidos y me vi precisado, preso de tremendo nerviosismo a separarme del resto de los pasajeros y comenzar a trastear los botones del aparato como si lo estuviera sintonizando. Si me sorprendían con la cotorra la multa no me la quitaba ni el pipisigallo, para mi suerte logré que se callara hasta que abordamos el AN-24.


Apenas despegamos desatornillé la tapa del receptáculo y la saqué para que tomara aire. En ese mismo momento avisó el comandante de la nave que debido al mal tiempo existente en la Habana era necesario volver a aterrizar en el aeropuerto de Nueva Gerona. Nerviosísimo, cagándome de miedo, en el sentido más literal de la palabra, volví a meterla apresurado en su escondite, para este instante ya chillaba como una loca y casi todos los pasajeros debían suponer de qué se trataba. Casi a punto de aterrizar, el avión volvió a tomar altura y enrumbó definitivamente hacia su destino. Bajo el riesgo de que se asfixiara, pero sin atreverme a seguir pasando sofocaciones, recé porque resistiera el viaje y no la saqué más, sino hasta cuando viajaba en una ruta 31 de Boyeros hacia la Víbora.


La tuve conmigo más de un año, era mansita y aprendió pronto numerosas palabras, buenas y malas, luego en un viaje que hice a Camagüey se la llevé al Príncipe, que todavía la conserva. En ese último viaje andaba cuando murió mi abuela, como no pudieron localizarme me vine a enterar casi un mes después. De la vieja lo único que siempre guardé y guardo fueron buenos recuerdos, peleaba y regañaba como todas las abuelas, pero conmigo se portó siempre de maravillas. Ella fue la cómplice preferida de mis chiquilladas, raras veces me castigó y cuando me daba alguna nalgada yo sabía que estas le dolían más a ella que a mí.


A mediados de los ochenta se suspendieron las patentes a los merolicos, se suspendió también el Mercado Agropecuario y muchas gentes comentaban que se iba a implantar otra vez la Ley contra la Vagancia. Entrabamos en lo que se llamó Proceso de Rectificación de errores y tendencias negativas. Se hicieron famosas las operaciones policiales contra los acaparadores e intermediarios, de esa fecha fueron los casos de Pitirre en el alambre y otros de gran connotación pública.