DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS - страница 24




Cuando llegué al albergue el encontronazo con aquel vacío enorme que hallé me resultó más doloroso que el hecho mismo del incendio. Con el fuego perdí pertenencias materiales, ahora sentía que con aquella partida perdía un pedazo bien grande de mis amores. La nostalgia me duró semanas, vine a salir de ella cuando me vi flaco por el mal comer, sin un centavo en el bolsillo y sin tener para quien virarme a pedir ayuda. Si hubiera otro Mariel, pensaba, o algo parecido que me proporcionara un poco de dinero y que con este vinieran la tranquilidad y el bienestar, pero ni hubo más Marieles, ni más tranquilidad.


Entre los albergados más viejos se había establecido un pacto sin palabras, sin actas, ni Por Cuantos de ayudarse mutuamente en su común desgracia y de esta forma, ni en los días más difíciles me acosté sin comerme aunque fuera un plato de sopa y así, con el roce diario nos fuimos tomando confianza mutuamente y fueron llegando las primeras propuestas de vender esto o aquello en bolsa negra, de darle camino lo mismo a un pomo de ron, que a una caja de tabacos o unos pitusas.


Yo siempre había pensado que lo más difícil que hay en la vida era hacer gárgaras bocabajo, pero cuando me vi precisado a pulirla a diario en negocitos de tres por quilo, corriendo riesgos y siempre alebrestado y así día tras día y semana tras semana, sin ver prácticamente las ganancias, me di cuenta que estaba equivocado y que hasta el momento de ocurrir mi desgracia había llevado una vida despreocupada y con bastante buena suerte.


Aunque suponía que en el albergue algunos fumaban yerba, no lo puedo asegurar porque nunca nadie me la propuso, pero con certeza sí sabía que se empastillaban y hasta yo me metí mis buenos pildorazos en días de aprieto para salir por un tiempo, aunque fuera mentalmente y enajenado de aquel tugurio. Al otro día amanecía siempre con la boca reseca y amarga, los nervios de punta y una sensación de estarme convirtiendo en una plasta de mierda. Una de esas noches de enajenación, y bien volao me imagino, porque no recuerdo ni cómo sucedió, le metí mano a Martica, una mulata cuarentona que todavía decía veinte cosas. No sé ni cómo sería la jugada aquella noche, porque en realidad vine a saber que la pasamos juntos cuando en la mañana la encontré completamente en pelotas, acurrucada junto a mí en la cama, en su cama.


Con ella vino un poco de solvencia económica, pues tenía un pariente minusválido que pagaba la patente para vender baratijas por cuenta propia y era ella quien fungía de vendedora, trabajo por el que recibía treinta pesos diarios. Alentado por aquella posibilidad corrí en busca de mi viejo empleador, el de la fabriquita de plásticos, quien por suerte aún seguía en el negocio y le propuse que me diera en buen precio cierta cantidad de mercancía para venderla en la mesa de Martica. Sé que accedió a ayudarme porque me cogió lástima cuando le conté el rosario de mis calamidades, pero el caso fue que me dio una mano en un momento difícil.


El albergue fue para mí una gran escuela, allí supe de verdad lo que era la solidaridad y también la traición, la alegría y la tristeza compartidas, la humildad y la ambición. Todos los contrastes, todas las virtudes y defectos humanos habitaban allí con nosotros. Conocí de celos, de amores rabiosos, de intrigas, de negocios sucios, de deslealtades, de mañas y marañas. Ante mí desfilaron, y casi siempre dejando huellas y recuerdos, hechos que jamás hubiese siquiera soñado que podían existir.