DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS - страница 22
Las cosas buenas y malas se van turnando en la vida de las personas igual que la luz y la oscuridad, la salud y la enfermedad. Siempre andan unas disputándole el puesto a las otras, así le pasó a mi bonanza. El culillo que tenía era una premonición, algo que me alertaba. Cuando llegué al comienzo de la cuadra donde vivía me percaté de que algo andaba mal, todavía algunos curiosos, de los tantos transeúntes que a diario circulan por allí, se detenían frente a la puerta de acceso a la escalera del solar.
No me dejaron llegar, enseguida dos o tres vecinos se acercaron a mí para contarme y consolarme. Nadie sabía aun cómo ocurrió todo, sólo estaban claros de que la fuerza del fuego fue descomunal, además de mi cuarto se quemaron otros dos, la vieja Hortensia sufrió lesiones muy serias. A mí con la noticia me entró una flojera en las piernas que me hizo caer de nalgas en la acera, mi mirada quedó fija en un punto indefinido del espacio mientras en la mente trataba de hacer un cálculo del valor de las pérdidas. Allí no quedó nada, me habían dicho, ni subas. Por lo pronto pensaba en el frío, el televisor y el aire acondicionado, pero también en la cocina, la ropa, el radiecito de Mariana y más que todo en unos siete mil pesos que dejé guardados en el escaparate, y más aún en la propia casa ¿Dónde iba a vivir ahora, cómo recibiría Bety aquella noticia? ¿Sería esto también parte del polvazo que le habían echado, según ella? Brujería, casualidad o el Destino, lo cierto era que quedaba nuevamente con una mano adelante y la otra atrás.
Logré, después de mucho insistir, que me dejaran subir para inspeccionar los daños. La realidad superaba todo lo que había imaginado: las puertas estaban convertidas en cenizas, las paredes interiores y todo el maderaje de la barbacoa hechas mierda, las losas del piso se habían cuarteado según pude ver entre los carbones, el techo perdió el estuco y en varias partes afloraban las cabillas desnudas y renegridas. De los muebles no pude discernir rastro alguno entre tanta carbonización. Cuando vine a darme cuenta me dolían los labios de tan fuerte que mis dientes los oprimían, al tiempo que dos gruesos lagrimones me rodaban por la cara. Ruina total, desamparo, desgracia, desgracia, repetía para mí, de pronto me sentí halado por un brazo. Era Margarita la vecina más vieja del solar, la matrona, a la que todos acudíamos en busca de consejo o de consuelo, cuyo cuarto milagrosamente había quedado intacto. Me llevó hasta allá y me hizo tomar una taza de tilo, cuando me notó un poco más calmado me ofreció entonces un vaso de ron bien lleno.
_ ¡Bébetelo, cojones! y alégrense de no haber estado ustedes esa noche ahí. La vida es lo que vale, dale, bébetelo y pídeles a los santos para que te den aché. Hoy por la mañana estuvieron aquí las gentes de la Reforma Urbana, están averiguando en qué albergue los pueden meter, y no te preocupes, ¡eh!, que en la calle no se van a quedar.
Mi vida, que sin aquel siniestro se hubiera enrumbado totalmente distinto, tuvo un vuelco. Me sentí de pronto desdichado, víctima de un castigo inmerecido, pues no consideraba tan graves mis pecados y maldades para recibir tamaño ensañamiento ¿Cómo iba a afrontar ahora la crianza de mi hijo? ¿Cómo recuperar todo lo perdido? Después del segundo vaso de ron las defensas de mi organismo se desactivaron y me entró un sueño incontrolable. Margarita vio mis largos bostezos y me hizo subir a su barbacoa para que descansara un rato. Dormí más de diez horas de un tirón.