DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS - страница 23




Los trámites con los funcionarios de Vivienda fueron largos y las explicaciones que me daban me dejaron horrorizado. Existían cientos de casos de albergados en el municipio, unos por derrumbes, otros por incendios, otros de casos sociales formados por núcleos familiares numerosos. Con buena suerte, me dijeron, en seis o siete años podrían darme una nueva vivienda. Me recomendaron mucha paciencia, les di un listado con la relación de los bienes perdidos y prometieron poco a poco irnos entregando algunas cosas.


Le escribí a Bety contándole en detalle todo lo sucedido y le prometí que en cuanto estuviera instalado en el albergue los iría a buscar. Realmente pude ir por ellos tres meses después.


Nos ubicaron en el local de una desvencijada posada que habían convertido en Casa de Tránsito en el municipio Cerro, pues todas las capacidades de la Habana Vieja estaban ocupadas. Era una habitación sencilla, de apenas diez metros cuadrados, sin baño, ni cocina propios, con la ventana pidiendo a gritos una reparación y las paredes clamando por un poco de pintura que borrara las obscenidades escritas en ellas: Aqui Mayito le partió el bollo a Mayda,12-5-71.Con Norma una noche echamo cinco palo.Luis y Norma.30-3-70…


Si en el solar, que comparado con aquello era un palacio, Bety se sentía mal, en el albergue se puso a punto de la locura. El Príncipe no tenía donde jugar, los pasillos nadie los limpiaba y las moscas y la mierda de perro hacían olas, cosa que una Capricornio como ella, tan asidua del orden y la limpieza no podía soportar.


Habíamos logrado reunir unos viejos trastos a los que llamábamos muebles: una camita tres cuarto con el bastidor agónico y una colchonetica llena de chichones que era un delirio, una cunita de medio palo, pero sin colchón, por lo que el Príncipe dormía encima de una frazada doblada; una silla coja, una mesita con las tablas atacadas por el comején. Dos ollas de aluminio abolladas y un cubo, junto a tres cucharas, un cuchillo y dos tenedores formaban nuestro ajuar culinario.


Cuando mi rubita se vio haciendo colas para cocinar en el único fogón colectivo existente o esperando largo rato para poderse dar una ducha en un baño que metía miedo por la suciedad y cantidad de ranas y cucarachas que allí pululaban y más aún cuando se enteró que había familias que llevaban casi diez años en aquella situación me dijo


_Decide, Rey ¿te quedas aquí solo o te vas conmigo y el niño para Camagüey?


Ella decía Camagüey, pero en realidad sus padres vivían en Minas, a un cojonal de kilómetros de la capital de la provincia. Aquello no era lo mío y tozudo como siempre fui, aunque con tremendo dolor, le dije que me quedaba, que permanecer allí era la única posibilidad que teníamos de algún día volver a tener nuestra casita, que yo iba a hacer todo lo posible por ayudarla. Le pedí que no me abandonara, que se fuera un tiempo para la casa de su tía en Boyeros, pero estaba choqueada, no entró en razones. Tres días duró el tirijala hasta que no me quedó más remedio que acompañarlos a tomar el tren. Ella se mordía los labios y las lágrimas iban bordeando la comisura de su boca hasta resbalar por la barbilla y caer sobre la blusa. El Príncipe me llamaba a gritos. Estuve a punto de montarme con ellos y partir, pero no lo hice, continué parado en el andén, con unos temblores incontrolables, hasta mucho rato después que el tren se hubiera perdido tras la curva de los elevados.