DE NAUFRAGIOS Y AMORES LOCOS - страница 25
A Arnoldo, el hijo de Martica y a quien apenas si le llevaba dos años de edad, no le caía nada bien. El no disimulaba su malestar cuando nos veía juntos y hacía hasta lo indecible por llevar la discusión a punto de bronca. La madre, que lo mismo que se gastaba en mí un cariño inmenso, se mandaba también un genio espectacular, lograba calmarlo y terminaba pronto lo que estuviera haciendo para irnos un rato de allí y así evitar algo más serio. El argumento que más blandía el muchacho era que yo le estaba chuleando a su madre y que eso ningún hombre que se considerara hombre a todas lo soportaba.
Cuando me enteré que el tipo me estaba preparando una cama para arrancármela decidí enfrentarlo, porque en aquel ambiente si te arratonas después no levantas presión más nunca. Lo esperé hasta tarde en la entrada del albergue. Era pasada la media noche cuando dobló la esquina, me pegué cuanto pude a la pared y cuando lo tuve junto a mí, me le abalancé y tomé por las solapas. Le dije con rabia, masticando las palabras.
_Oye bien lo que te voy a decir ¡cojones! Si hasta ahora te aguanté tus caritas y bravuconerías fue por Marta, ¿me oíste? Pero ya me cansé, compadre_ lo sacudí fuerte_. Ve y busca un palo, un cuchillo, un machete, lo que te dé la gana y hasta puedes traer a un par de socios tuyos si quieres_ lo empujé con fuerza contra la pared_. Los voy a esperar, solito, en la línea del tren ¡Dale, arranca!_, y lo volví a empujar.
Nunca imaginé, aunque entraba en mis cálculos, que aquello fuera a dar tan buen resultado. Es verdad que me la jugué todo a la última baraja, pero a partir de ese día nos dejó tranquilos.
Las cartas que en un inicio enviaba casi todas las semanas a Camagüey se fueron haciendo más y más esporádicas. Bety por un tiempo estuvo insistiendo en que me les uniera allá, pero ante mi negativa terminó por desilusionarse. Comenzó a trabajar en Nuevitas y se enamoró de su jefe, tuvo la sinceridad de decírmelo y como no habíamos llegado a casarnos legalmente dimos el vínculo por disuelto y aunque parezca extraño, estaba tan envuelto en líos, negocios y trajines que aquella noticia lejos de apesadumbrarme me alegró. Me sentí libre de un compromiso que a ratos me quitaba el sueño. Al Príncipe siempre que tenía un chance le pasaba un giro o le mandaba algún juguete o una cajita con cualquier bobería que consiguiera.
A Martica por otro lado le tuve que sacar el pie pues cada día se embullaba más y más con nuestra relación. Tenía con ella deudas de gratitud inmensas, pero no era mi tipo, me llevaba casi quince años de edad, era muy alegre y compartidora, pero mal hablada, amiga del chisme y últimamente se estaba poniendo muy celosa. Con gran alegría me enteré que le había llegado el turno de recibir su nueva casa, un apartamento flamante en Alamar y le ayudé a hacer la mudada, pero para empezar a cumplir lo que había prometido no me quedé en su nueva casa ni una sola noche a pesar de lo mucho que insistió.
Libre también de esta atadura y ya con las riendas en mis manos de otros medios de subsistencia volví a tener confianza en mí y me dije que había llegado la hora de iniciar la segunda conquista de la Habana. Tenía varias cosas a mi favor, ya conocía el ambiente del bajo mundo y bastante bien a la ciudad y sus recovecos, tenía juventud y me consideraba con la experiencia suficiente para el empeño que pensaba realizar y por último, y esto es un poco de vanagloria, gozaba de una cultura, la que me habían proporcionado la lectura y los dos años en la Universidad, que no tenían sino algunos escasos vecinos.