Читать онлайн Тирсо де Молина - Севильский озорник, или Каменный гость / El burlador de Sevilla y convidado de piedra



Tirso de Molina

El burlador de Sevilla y convidado de piedra

* * *

© ООО «Издательство АСТ», 2025

El burlador de Sevilla y convidado de piedra

Personas

Don Diego Tenorio, viejo

Don Juan Tenorio, su hijo

Catalinón, lacayo

El Rey de Nápoles

El Duque Octavio

Don Pedro Tenorio, tío

El Marqués de la Mota

Don Gonzalo de Ulloa

El Rey de Castilla, Alfonso XI

Fabio, criado

Isabela, Duquesa

Tisbea, pescadora

Belisa, villana

Anfriso, pescador

Coridón, pescador

Gaseno, labrador

Batricio, labrador

Ripio, criado

Doña Ana de Ulloa

Aminta, labradora

Acompañamiento

Cantores

Guardas

Criados

Enlutados

Músicos

Pastores

Pescadores


Acto I


[En Nápoles en el palacio real]


Salen don Juan Tenorio e Isabela, duquesa

Isabela
Duque Octavio, por aquí
podrás salir más seguro.
Juan
Duquesa, de nuevo os juro
de cumplir el dulce sí.
Isabela
¿Mi gloria, serán verdades
promesas y ofrecimientos,
regalos y cumplimientos,
voluntades y amistades?
Juan
Sí, mi bien.
Isabela
Quiero sacar
una luz.
Juan
¿Pues, para qué?
Isabela
Para que el alma dé fe
del bien que llego a gozar.

Jose Garcia Ramos

Juan
Mataréte la luz yo.
Isabela
¡Ah, cielo! Quién eres, hombre?
Juan
¿Quién soy? Un hombre sin nombre.
Isabela
¿Que no eres el duque?
Juan
No.
Isabela
¡Ah de palacio!
Juan
Detente.
Dame, duquesa, la mano.
Isabela
No me detengas, villano.
¡Ah del rey! ¡Soldados, gente!

Sale el Rey de Nápoles, con una vela en un candelero

Rey
¿Qué es esto?
Isabela
¡Favor! ¡Ay, triste,
que es el rey!
Rey
¿Qué es?
Juan
¿Qué ha de ser?
Un hombre y una mujer.
Rey
Esto en prudencia consiste.
¡Ah de mi guarda! Prendé
a este hombre.
Isabela
¡Ay, perdido honor!

Sale don Pedro Tenorio, embajador de España, y guarda

Pedro
¿En tu cuarto, gran señor
voces? ¿Quién la causa fue?
Rey
Don Pedro Tenorio, a vos
esta prisión os encargo.
Si ando corto, andad vos largo.
Mirad quién son estos dos.
Y con secreto ha de ser,
que algún mal suceso creo;
porque si yo aquí los veo,
no me queda más que ver.

Vase el Rey

Pedro
Prendedle.
Juan
¿Quién ha de osar?
Bien puedo perder la vida;
mas ha de ir tan bien vendida
que a alguno le ha de pesar.
Pedro
Matadle.
Juan
¿Quién os engaña?
Resuelto en morir estoy,
porque caballero soy.
El embajador de España
llegue solo, que ha de ser
él quien me rinda.
Pedro
Apartad;
a ese cuarto os retirad
todos con esa mujer.

Vanse los otros

Ya estamos solos los dos;
muestra aquí tu esfuerzo y brío.
Juan
Aunque tengo esfuerzo, tío,
no le tengo para vos.
Pedro
Di quién eres.
Juan
Ya lo digo.
Tu sobrino.
Pedro
¡Ay, corazón,
que temo alguna traición!
¿Qué es lo que has hecho, enemigo?
¿Cómo estás de aquesta suerte?
Dime presto lo que ha sido.
¡Desobediente, atrevido!
Estoy por darte la muerte.
Acaba.
Juan
Tío y señor,
mozo soy y mozo fuiste;
y pues que de amor supiste,
tenga disculpa mi amor.
Y pues a decir me obligas
la verdad, oye y diréla.
Yo engañé y gocé a Isabela
la duquesa.
Pedro
No prosigas,
tente. ¿Cómo la engañaste?
Habla quedo, y cierra el labio.
Juan
Fingí ser el duque Octavio.
Pedro
No digas más. ¡Calla! ¡Baste!
Perdido soy si el rey sabe
este caso. ¿Qué he de hacer?
Industria me ha de valer
en un negocio tan grave.
Di, vil, ¿no bastó emprender
con ira y fiereza extraña
tan gran traición en España
con otra noble mujer,
sino en Nápoles también,
y en el palacio real
con mujer tan principal?
¡Castíguete el cielo, amén!
Tu padre desde Castilla
a Nápoles te envió,
y en sus márgenes te dio
tierra la espumosa orilla
del mar de Italia, atendiendo
que el haberte recibido
pagaras agradecido,
y estás su honor ofendiendo.
¡Y en tan principal mujer!
Pero en aquesta ocasión
nos daña la dilación.
Mira qué quieres hacer.
Juan
No quiero daros disculpa,
que la habré de dar siniestra,
mi sangre es, señor, la vuestra;
sacadla, y pague la culpa.
A esos pies estoy rendido,
y ésta es mi espada, señor.
Pedro
Alzate, y muestra valor,
que esa humildad me ha vencido.
¿Atreveráste a bajar
por ese balcón?
Juan
Sí atrevo,
que alas en tu favor llevo.
Pedro
Pues yo te quiero ayudar.
Vete a Sicilia o Milán,
donde vivas encubierto.
Juan
Luego me iré.
Pedro
¿Cierto?
Juan
Cierto.
Pedro
Mis cartas te avisarán
en qué para este suceso
triste, que causado has.
Juan
Para mí alegre dirás.
Que tuve culpa confieso.
Pedro
Esa mocedad te engaña.
Baja por ese balcón.
Juan
(Con tan justa pretensión,

Aparte

gozoso me parto a España).

Vase don Juan y entra el Rey

Pedro
Ejecutando, señor,
lo que mandó vuestra alteza,
el hombre…
Rey
¿Murió?
Pedro
Escapóse
de las cuchillas soberbias.
Rey
¿De qué forma?
Pedro
De esta forma:
aun no lo mandaste apenas,
cuando sin dar más disculpa,
la espada en la mano aprieta,
revuelve la capa al brazo,
y con gallarda presteza,
ofendiendo a los soldados
y buscando su defensa,
viendo vecina la muerte,
por el balcón de la huerta
se arroja desesperado.
Siguióle con diligencia
tu gente. Cuando salieron
por esa vecina puerta,
le hallaron agonizando
como enroscada culebra.
Levantóse, y al decir
los soldados, «¡Muera, muera!»,
bañado con sangre el rostro,
con tan heroica presteza
se fue, que quedé confuso.
La mujer, que es Isabela,
que para admirarte nombro
retirada en esa pieza,
dice que fue el duque Octavio
quien, con engaño y cautela,
la gozó.
Rey
¿Qué dices?
Pedro
Digo
lo que ella propia confiesa.
Rey
¡Ah, pobre honor! Si eres alma
del hombre, ¿por qué te dejan
en la mujer inconstante,
si es la misma ligereza?
¡Hola!

Sale un criado

Criado
¿Gran señor?
Rey
Traed
delante de mi presencia
esa mujer.
Pedro
Ya la guardia
viene, gran señor, con ella.

Trae la guarda a Isabela

Isabela
¿Con qué ojos veré al rey?
Rey
Idos, y guardad la puerta
de esa cuadra. Di, mujer,
¿qué rigor, qué airada estrella
te incitó, que en mi palacio,
con hermosura y soberbia,
profanases sus umbrales?
Isabela
Señor…
Rey
Calla, que la lengua
no podrá dorar el yerro
que has cometido en mi ofensa.
¿Aquél era del duque Octavio?
Isabela
Sí, señor.
Rey
No importan fuerzas,
guardas, criados, murallas,
fortalecidas almenas,
para amor, que la de un niño
hasta los muros penetra.
Don Pedro Tenorio, al punto
a esa mujer llevad presa
a una torre, y con secreto
haced que al duque le prendan;
que quiero hacer que le cumpla
la palabra, o la promesa.
Isabela
Gran señor, volvedme el rostro.
Rey
Ofensa a mi espalda hecha,
es justicia y es razón
castigalla a espaldas vueltas.

Vase el Rey

Pedro
Vamos, duquesa.
Isabela
(Mi culpa [Aparte]
no hay disculpa que la venza,
mas no será el yerro tanto
si el duque Octavio lo enmienda).
Vanse todos

[En el palacio del duque Octavio]


Salen el duque Octavio, y Ripio su criado.

Ripio
¿Tan de mañana, señor,
te levantas?
Octavio
No hay sosiego
que pueda apagar el fuego
que enciende en mi alma amor.
Porque, como al fin es niño,
no apetece cama blanda,
entre regalada holanda,
cubierta de blanco armiño.
Acuéstase. No sosiega.
Siempre quiere madrugar
por levantarse a jugar,
que al fin como niño juega.
Pensamientos de Isabela
me tienen, amigo, en calma;
que como vive en el alma,
anda el cuerpo siempre en vela,
guardando ausente y presente,
el castillo del honor.
Ripio
Perdóname, que tu amor
es amor impertinente.
Octavio
¿Qué dices, necio?
Ripio
Esto digo,
impertinencia es amar
como amas. ¿Vas a escuchar?
Octavio
Sí, prosigue.
Ripio
Ya prosigo.
¿Quiérete Isabela a ti?
Octavio
¿Eso, necio, has de dudar?
Ripio
No, mas quiero preguntar,
¿Y tú no la quieres?
Octavio
Sí.
Ripio
Pues, ¿no seré majadero,
y de solar conocido,
si pierdo yo mi sentido
por quien me quiere y la quiero?
Si ella a ti no te quisiera,
fuera bien el porfialla,
regalalla y adoralla,
y aguardar que se rindiera;
mas si los dos os queréis
con una mesma igualdad,
dime, ¿hay más dificultad
de que luego os desposéis?
Octavio
Eso fuera, necio, a ser
de lacayo o lavandera
la boda.
Ripio
Pues, ¿es quien quiera
una lavandriz mujer,
lavando y fregatrizando,
defendiendo y ofendiendo,
los paños suyos tendiendo,
regalando y remendando?
Dando, dije, porque al dar
no hay cosa que se le iguale,
y si no, a Isabela dale,
a ver si sabe tomar.

Sale un criado

Criado
El embajador de España
en este punto se apea
en el zaguán, y desea,
con ira y fiereza extraña,
hablarte, y si no entendí
yo mal, entiendo es prisión.
Octavio¿Prisión? Pues, ¿por qué ocasión?
Decid que entre.
Entra Don Pedro Tenorio con guardas
Pedro
Quien así
con tanto descuido duerme,
limpia tiene la conciencia.
Octavio
Cuando viene vueselencia
a honrarme y favorecerme,
no es justo que duerma yo.
Velaré toda mi vida.
¿a qué y por qué es la venida?
Pedro
Porque aquí el rey me envió.
Octavio
Si el rey mi señor se acuerda
de mí en aquesta ocasión,
será justicia y razón
que por él la vida pierda.
Decidme, señor, ¿qué dicha
o qué estrella me ha guiado,
que de mí el rey se ha acordado?
Pedro
Fue, duque, vuestra desdicha.
Embajador del rey soy.
De él os traigo una embajada.
Octavio
Marqués, no me inquieta nada.
Decid, que aguardando estoy.
Pedro
A prenderos me ha enviado
el rey. No os alborotéis.
Octavio
¿Vos por el rey me prendéis?
Pues, ¿en qué he sido culpado?
Pedro
Mejor lo sabéis que yo,
mas, por si acaso me engaño,
escuchad el desengaño,
y a lo que el rey me envió.
Cuando los negros gigantes,
plegando funestos toldos
ya del crepúsculo huían,
unos tropezando en otros,
estando yo con su alteza,
tratando ciertos negocios,
porque antípodas del sol
son siempre los poderosos,
voces de mujer oímos,
cuyos ecos medio roncos,
por los artesones sacros
nos repitieron «¡Socorro!»
A las voces y al ruido
acudió, duque, el rey propio,
halló a Isabela en los brazos
de algún hombre poderoso;
mas quien al cielo se atreve
sin duda es gigante o monstruo.
Mandó el rey que los prendiera,
quedé con el hombre solo.
Llegué y quise desarmalle,
pero pienso que el demonio
en él formó forma humana,
pues que, vuelto en humo, y polvo,
se arrojó por los balcones,
entre los pies de esos olmos,
que coronan del palacio
los chapiteles hermosos.
Hice prender la duquesa,
y en la presencia de todos
dice que es el duque Octavio
el que con mano de esposo
la gozó.
Octavio
¿Qué dices?
Pedro
Digo
lo que al mundo es ya notorio,
y que tan claro se sabe,
que a Isabela, por mil modos,

[la tiene presa el rey].

Con vos, señor, o con otro,
esta noche en el palacio,
la habemos hallado todos.
Octavio
Dejadme, no me digáis
tan gran traición de Isabela,
mas… ¿si fue su amor cautela?
Proseguid, ¿por qué calláis?
Mas, si veneno me dais

Aparte

a un firme corazón toca,
y así a decir me provoca
que imita a la comadreja,
que concibe por la oreja,
para parir por la boca.
¿Será verdad que Isabela,
alma, se olvidó de mí
para darme muerte? Sí,
que el bien suena y el mal vuela.
Ya el pecho nada recela,
juzgando si son antojos,
que por darme más enojos,
al entendimiento entró,
y por la oreja escuchó,
lo que acreditan los ojos.
Señor marqués, es posible
que Isabela me ha engañado,
y que mi amor ha burlado.
Parece cosa imposible.
¡Oh mujer, ley tan terrible
de honor, a quien me provoco
a emprender! Mas ya no toco
en tu honor esta cautela.
¿Anoche con Isabela
hombre en palacio? Estoy loco.
Pedro
Como es verdad que en los vientos
hay aves, en el mar peces,
que participan a veces
de todos cuatro elementos;
como en la gloria hay contentos,
lealtad en el buen amigo,
traición en el enemigo,
en la noche oscuridad,
y en el día claridad,
y así es verdad lo que digo.
Octavio
Marqués, yo os quiero creer,
ya no hay cosa que me espante,
que la mujer más constante
es, en efecto, mujer.
No me queda más que ver,
pues es patente mi agravio.
Pedro
Pues que sois prudente y sabio
elegid el mejor medio.
Octavio
Ausentarme es mi remedio.
Pedro
Pues sea presto, duque Octavio.
Octavio
Embarcarme quiero a España,
y darle a mis males fin.
Pedro