La frequenza dell'universo - страница 2
Los paseos por esta plaza se convirtieron en un ritual para ella. Venía por la mañana, antes del trabajo, o por la noche, cuando la ciudad se calmaba y las calles se iluminaban con la suave luz de las farolas. Aquí podía pensar, soñar, recordar. A veces imaginaba que algún día su boutique estaría cerca de este lugar, y que vendría aquí para descansar después de un día de trabajo. Esa idea le daba fuerzas.
Una vez, sentada en el banco observando a las palomas, Emma notó a una anciana que también visitaba frecuentemente la plaza. Ella también alimentaba a las aves y a veces les susurraba algo, como si les contara sus historias. Emma sonrió al darse cuenta de que quizás ella misma parecía igual – una mujer que encontraba consuelo en la compañía de las palomas. Pero eso no le molestaba. En este lugar, se sentía parte de algo más grande, parte de una vida que continuaba a pesar de todas las dificultades.
A veces, cuando las palomas alzaban el vuelo, sus alas brillaban bajo el sol, y Emma se quedaba inmóvil, fascinada por esa belleza. En esos momentos, recordaba las palabras de Madame Grace:
«La belleza está en los instantes que tocan el alma».
Y entendía que eran precisamente esos instantes los que la ayudaban a seguir adelante, a pesar de todo lo que ocurría en su vida.
El viejo
Este extraño anciano que aparecía junto a la fuente parecía un hombre obsesionado con la idea de una catástrofe global. Su apariencia cuidada y su barba canosa le daban el aspecto de un sabio o un profeta, y sus palabras sonaban como una advertencia para toda la humanidad. Hablaba del inminente Armagedón, pero no en el sentido bíblico tradicional, sino como el resultado de las acciones de los propios seres humanos. Sus discursos estaban llenos de preocupación por el futuro del planeta, y repetía insistentemente que las razas extraterrestres solo observaban nuestra autodestrucción sin intervenir.
Llamaba la atención sobre los problemas ecológicos: la contaminación de la naturaleza, las islas de plástico en los océanos, que se habían convertido en un símbolo de la irresponsabilidad humana. Afirmaba que los microplásticos en la superficie del océano alteraban los procesos naturales de evaporación del agua, lo que, a su vez, conducía a la destrucción de la capa de ozono y al sobrecalentamiento de la atmósfera. Según él, esto era solo una parte del problema. El calentamiento del fondo del océano y la acumulación de energía estática, en su opinión, podrían provocar cataclismos de gran escala en los próximos 10 años.
Sus palabras sonaban como un escenario apocalíptico, pero había algo de verdad en ellas. Muchos científicos ya han dado la voz de alarma sobre el cambio climático, la contaminación de los océanos y el aumento de la frecuencia de los desastres naturales. El viejo instaba a las personas y a los países a dejar de competir y unirse para salvar el planeta antes de que fuera demasiado tarde. Sus discursos, aunque extraños e incluso aterradores, hacían reflexionar sobre hacia dónde se dirige la humanidad y qué legado dejaremos a las generaciones futuras.
A pesar de sus sombrías predicciones, el viejo siempre añadía un toque de esperanza, diciendo que aquellos con pensamientos puros y una conciencia limpia podrían salvarse. Sin embargo, sus palabras rara vez eran tomadas en serio. La gente que pasaba por allí se reía o se encogía de hombros, considerándolo otro loco urbano. Pero había un joven llamado Brad que, al parecer, sí lo escuchaba. Brad no estaba seguro de la veracidad de las palabras del anciano, pero algo en ellas lo había atrapado.